Autoras: Dani Reyes, Kenia Gutiérrez
Foto: Antony Lozada
Lugar: Restaurante Notun
Un gran evento, una experiencia sensorial única, fascinante y que con los ojos vendados te permite ver la vida de otra manera. Ser parte de este reto nos generó momentos memorables y el deleite de una estupenda gastronomía. Es impresionante cómo esta nueva experiencia puede unirnos a varias personas, conocer gente y vivir algo sin igual, algo que, con una buena organización, trabajo en equipo y ganas de crear memorias se puede convertir en una tendencia que nos una y haga vibrar el corazón como nunca.
La experiencia sensorial comenzó con una breve explicación de cómo podríamos ubicar la vajilla en la mesa y que las meseras se encargarían de llevarnos al salón con los ojos vendados; en ese momento todo se tornó divertido y al mismo tiempo nos llenó de nervios, porque por nuestra mente pasaba la pregunta “¿Y si no podemos hacerlo?”. El miedo de no saber a quién tendremos al frente o si chocaríamos con algo al caminar estuvo presente durante los primeros minutos; mientras las demás personas seguían ingresando sentíamos como el salón se iba haciendo más grande, parecía que todas las mesas estaban tan lejanas. Al estar vendado los ojos sientes que estás solo y puede ser que todos sentimos esa sensación, porque las charlas en cada mesa venían con sonidos tan fuertes, llenos de confianza que podíamos alzar la voz para conversar libremente.
Somos seres sociales, pero ¿por qué parece lo contrario?, encontrándonos en esta situación pudimos desarrollar un poco más nuestra aptitud comunicativa porque sin duda, dejamos nuestros miedos, nervios, barreras y pudimos socializar, convirtiéndose en otra experiencia genial, ya que muchos dejamos a un lado prejuicios y nos expresamos de forma natural. Y ¡qué bonito!
Sabemos que los seres humanos experimentamos a través de los sentidos, por lo tanto, la variación sensorial de los olores, sabores, sonidos y texturas hicieron que nuestro cerebro se active y empiece a “ayudarnos” a reconocer y saber que nos llevábamos a la boca. Y en efecto, Sebastián y su equipo bombardearon nuestros estímulos haciendo volar nuestra imaginación al hacernos pensar cómo están servidos los platos, que ingredientes contienen, nos gustará la comida, si algo no nos gusta, y muchas más. Cada plato estuvo perfectamente estructurado para despertar todos nuestros sentidos y que podamos jugar con los sabores, texturas y olores tratando de adivinar cada uno de ellos, transportándonos a nuestra infancia o incluso a momentos que ya vivimos mientras degustábamos cada ingrediente.
Para finalizar la noche y después de haber agudizado más nuestros sentidos exceptuando la vista; pudimos escuchar parte de la historia de José, una persona con discapacidad visual, que nos alentó a dar gracias a la vida por tener todos nuestros sentidos y nos llenó de más motivación escuchar la reflexión de una de las comensales, que mencionó que tenemos el privilegio de poder ver y sin embargo solo lo utilizamos para juzgar a otras personas y no para ver todas las maravillas del mundo. Es así que, nos han enseñado a depositar toda la confianza en el mesero porque es la única persona que en ese momento nos podía ayudar y nos guiaba para hacerlo bien. Se hace visible la necesidad de ser empáticos, amables y al mismo tiempo nos lleva a generar un respeto mutuo.
Realmente han logrado despertar nuestras emociones, y sin duda recomendaríamos a que se atrevan a vivir esta experiencia que nos transporta a otro mundo, porque es una vivencia que hace reflexionar nuestro lado humano, social y sensorial. La inclusión de las personas con discapacidad es vital para vivir en una sociedad justa en la que los derechos sean respetados.
Pregúntate, ¿te atreverías a degustar una comida que no pudieras ver antes de servírtela?
¡Te invitamos a vivir esta experiencia sensorial!