Texto Danny Reyes
En el siglo XX en Quito se celebraba la “Fiesta de los Inocentes” entre el 28 de diciembre y 6 de enero, en estas fechas la ciudad se inundaba de alegría y humor con eventos como el baile de mascaras o el corso de flores que se desarrollaban en plazas, salones, teatros o en las calles que servían de escenarios; los personajes que tenían protagonismo eran los disfrazados que creaban un ambiente jovial.
Las plazas se convertían en lugares excepcionales para pasar un buen rato, es así que existían varias grupos musicales que se reunían en la Plaza Grande, entre ellas la Banda de Música del Ejército que se colocaba en la Catedral tocando pasillos, pasodobles y otros ritmos que atraían a las personas. Las calles se convertían en pasarelas de coches adornados de diferentes maneras, siguiendo la ruta desde la Plaza de Santo Domingo hasta llegar a La Alameda.
En esa época las clases sociales eran notorias por esta razón, los ricos realizaban fiestas grandes en sus casas donde destacaban los extravagantes trajes de los invitados con sus máscaras que tenían que ser elaborados con anticipación ya que era un desfile de quien lleva el mejor atuendo acompañados de finas bromas y una danza animada.
Estos eventos cobran vida con los disfrazados que insertaban un toque de alegría y humor, destacando las señoras que vestían con coloridos trajes, follones con su cabello trenzado. El personaje más popular fue el payaso, que vestía un atuendo con careta, bonete; llevaba un chorizo, creando un ambiente festivo al realizar travesuras y bromas, los niños le gritaban frases como “payasito que no valís, al diablo te parecís” para provocarlo, así iniciaba un juego de persecución, aquel que no podía esquivarlo, recibía un gran chorizazo.
Actualmente se realiza en las mismas fechas un recorrido con los disfrazados que alegran la ciudad mientras siguen su ruta con máscaras, sin embargo es una tradición que poco a poco va quedando en el olvido y va cobrando más relevancia la quema de años viejos.