Por Andrés B. Flores
Las primeras veces, por lo general vienen cargadas de dos emociones. Por una parte ganas de vivir la experiencia, por otro el temor a lo desconocido. Sin embargo lo importante es atreverse. Y fue así como se dio mi primera conquista de media montaña. Atreverme un día cualquiera a invitar a mis amigos y darles la idea que en primer lugar casi que la rechazan, si no es por la dura insistencia que apliqué. Cuando llegamos al Teleférico de Quito, estábamos muy entusiasmados; pero al mirar el horizonte el ¡no voy a poder! se hacía presente. Sobre todo si tomamos en cuenta que de los tres, mis dos amigos eran los que menos llevaban una vida deportiva constante.
Decidí caminar y respirar, disfrutar del momento presente en su máximo apogeo dejando que los comentarios como “hasta ahí nomás veras” “ya no avanzo” se pierdan en el viento; los mismos se fueron dispersando ya que el esfuerzo nos mantenía en silencio, también porque la gente alrededor tenía una vibra positiva. Yo iba haciendo las cuentas para ver si en realidad podíamos concretar la cima y llegar a tiempo para la última salida del teleférico. Cada parada era un respiro y una oportunidad para hidratarnos pero sobre todo para evaluar la situación.
Después de caminar mucho con unas cuantas quejas, nos dieron las cuatro de la tarde, continuamos, pero con neblina. Para los que han conquistado al Rucu Pichincha saben que “El Arenal” es la puerta a la gloria pero que por su nombre, la arena es muy pesada y es una tremenda cuesta que nos quitó el ánimo. Pero no podía parar estando tan cerca, al menos eso me dije, al mismo tiempo alenté a uno de mis amigos que estaba por darse por vencido.
Encontramos dos personas más una pareja de aproximadamente 35 años de edad, conversamos y decidimos por mutuo acuerdo que los cinco íbamos a conquistar la cima, incluso mi amigo el que estaba a punto de tirar la toalla saco ánimos, fuerza desde lo más profundo de su ser. Poco a poco, fuimos subiendo el arenal, llegamos a la parte rocosa. La parte que más me hizo querer abandonar y sentir un escalofriante miedo de caer, sentía que estaba tan cerca como para rendirme.
A diez minutos de la cima una de las personas que encontramos, resbaló en la parte rocosa justo a un lado de un peñasco, por suerte no pasó nada. Con el coraje y todo el carácter, temblando llegamos las 4 personas a la cima. Los dos compañeros con los que coincidimos, mi amigo que estuvo a punto de abandonar y yo. Disfrutamos tanto de la cima, los pocos minutos que pudimos pues la neblina no ayuda mucho. En fin, lo hicimos y fue una enorme satisfacción.
Decidimos bajar juntos y así lo hicimos, tal vez el tiempo que nos exigía bajar rápidamente y toda la buena adrenalina por haberlo conseguido nos hizo confiar demasiado y no darle el respeto que se merece a la montaña. O quizás solo fue la primera vez, sí la de los cinco.
Hay una parte rocosa casi a mitad del camino en la cual hay un abismo que te hace pensar en si realmente quieres cruzar o no. Creo que esta parte de la historia me dio una lección más importante que haber llegado a la cima. Cruzamos tres, cuando escuchamos un grito, era Mónica que había caído, yo iba primero no pude ver su caída pero mis dos amigos sí. Sentí un escalofrío, esperando lo peor, miré al piso desconsoladamente. Mónica gritó una vez más pidiendo ayuda, ese grito nos obligó a reaccionar del shock en el que estábamos. Para ayudarla mi amigo saltó al abismo sin importar si tal vez él también iba a caer, yo bajé por otro camino para ayudarla. Ambos le dimos el auxilio que necesitaba, en lo personal solo actué por instinto ya que no sabía que hacer. La atendimos, todo estaba bien pero lo más crudo es que un segundo más y no se quedaba en la roca que impidió su caída profunda o quizás que haya alguna fractura.
Lo más importante de esta experiencia son dos cosas que Mónica nos dijo: la primera, que somos unos ángeles que aparecieron para ayudarla. Este comentario me hizo pensar en que hubiese pasado si no completábamos la cima, en que pasaba si ese día no podíamos ir, que pasaba si nadie más la ayudaba, su amigo estaba en shock y no pudo reaccionar, que pasaba si no nos hubiésemos atrevido a ir a donde la vida nos tenía preparada una lección. La segunda, fue su reacción, a pesar de su temor exclamó que ella vivía su vida al límite, si por la desgracia del destino ese día no nos hubiese ido tan bien ni a ella ni a nosotros, se iría tranquila pues a pesar de sus miedos vivió como se lo propuso ¡haciendo las cosas que quería!
Si no superábamos nuestros miedos para conquistar al Rucu, no tendríamos esta experiencia guardada en la memoria, creo que esta es la lección más importante. El peligro siempre puede estar presente, a nosotros nos pasó en la montaña, pero le puede pasar a cualquiera en cualquier lugar, lo importante es que a pesar de los peligros que son inevitables, nos atrevamos. Te arriesgas a subir tu montaña, te lanzas a vivir significativamente.
Atreverse es aventurarse pero queda claro que en situaciones así o incluso más complicadas necesitamos estar preparados, rodearnos de gente que tenga mayor experiencia y que nos de la seguridad que necesitamos para dar el primer paso, el más difícil. La montaña es una experiencia de contacto con tu interior y por lo tanto es necesario velar por nuestra seguridad, llenarnos de conocimientos que nos permitan prever y saber cómo actuar en estas situaciones. “Antes de nada, estar preparado es el secreto del éxito”. Henry Ford
La libertad no es digna de tener si no incluye la libertad de cometer errores (Mahatma Gandhi)
Exelente Andrés 👌
Gracias Dylan por leernos! y me encanta esa reflexión de Gandhi! Abrazos